Nos regimos mucho bajo el “Ellos” y “Nosotros”,
en vez de el “Todos”. Ya que lo que “Ellos” hacen, de alguna manera, directa o
indirecta, nos afecta a todos como sociedad.
En el Nuevo Testamento la palabra nos enseña
acerca de la unión fraterna y su importancia, ya que es uno de los
constituyentes más substanciales de la vida en comunidad y uno de los más
difíciles de alcanzar.
En un mundo tan diverso como en el vivimos hoy en día,
llegar a un consenso muchas veces puede ser difícil. Dicha unanimidad que nos
expresa la unión fraterna se trata más allá de pensar o actuar de la misma
manera, sino de sentir.
Sentir con un solo corazón y una sola alma las
enseñanzas de Cristo.
Saber distinguir dentro de lo más profundo de nuestro
corazón el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto y si nuestras acciones
son cónsonas con nuestras creencias y valores individuales y colectivos.
Realmente, es una obra muy sencilla es teoría: Obrar bien con todos y evitar el
mal. Parece fácil, sin embargo en la práctica, cuando las pasiones humanas
entran en juego, la cosa se pone más complicada.
Como seres humanos tendemos a
justificar y a racionalizar nuestras acciones para así disminuir la ansiedad
que un mal acto causa. Muchas veces, para hacer esto, tendemos a excusar, a
asumir lo que el otro hubiese hecho, a retomar a veces en las que nos
traicionaron a nosotros y a pensar egoístamente
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